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Ceterum censeo politicae ese delendam

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viernes, 14 de noviembre de 2025

1,1 TRILLONES de dolares en Riesgo: El FMI Advierte Sobre la Próxima Gran Crisis Financiera

Desde hace años, dentro del sector financiero existe un secreto a voces que pocos se atreven a mencionar públicamente. Una dinámica preocupante que avanza silenciosa, pero firme, hacia un potencial estallido que podría ser incluso más devastador que la crisis subprime de 2008. Muchos profesionales del sector lo saben, lo comentan en privado, pero prefieren guardar silencio. Y es que, como entonces, se están repitiendo errores que ya demostraron tener consecuencias catastróficas.

La diferencia fundamental es que esta vez no se están empaquetando hipotecas, sino créditos empresariales, muchos de ellos de calidad cuestionable. El riesgo que antes quedaba dentro de los balances bancarios se está trasladando ahora a fondos, aseguradoras, planes de pensiones y otros actores de la llamada banca en la sombra. Y lo más inquietante es que, para muchos inversores que adquieren estos activos, el riesgo real es completamente desconocido.

La nueva era del riesgo: el crédito corporativo empaquetado

Lo que se está generando se parece demasiado a lo que ocurrió antes del colapso financiero de 2008. Los bancos conceden préstamos sin analizar rigurosamente la solvencia de las empresas receptoras, sabiendo que luego podrán “empaquetar” y vender esos riesgos a terceros. La narrativa oficial es que todo esto sirve para “diversificar”, pero esa palabra se ha convertido en un eufemismo que oculta una realidad mucho más oscura.

La banca en la sombra —hedge funds, fondos de crédito privado, aseguradoras y gestoras de activos— ha entrado de lleno en esta dinámica. Compran deuda empresarial empaquetada, titulizada, fragmentada… y todo ello a intereses muy bajos, impulsados por el respaldo explícito o implícito de los bancos centrales de cada región. El resultado es una cadena de exposición al riesgo que se extiende por todo el sistema financiero global.

El canario en la mina: señales que ya están apareciendo

Algunos analistas consideran que ciertos episodios recientes son indicadores tempranos de un problema mayor. Entre ellos destacan empresas como First Brands, dedicada a componentes de automoción, cuya quiebra ha salpicado a numerosos fondos y entidades relacionadas con este tipo de créditos empaquetados. Para quienes conocen los entresijos del sector, estas quiebras son señales inequívocas de que algo no va bien.

Y mientras los medios se centran en los problemas de la banca mediana estadounidense —resueltos con apaños temporales y la intervención salvadora de gigantes como JP Morgan— el riesgo más profundo está creciendo en silencio en estas operaciones estructuradas.

Europa, epicentro de las operaciones sintéticas

Solo en el último año, la banca europea ha utilizado estas herramientas para empaquetar más de 460.000 millones de euros en créditos y transferir el riesgo a inversores institucionales. La estrategia es sencilla: sacar del balance las primeras pérdidas potenciales para reducir el capital exigido por los reguladores. Así, el banco “libera” recursos que puede volver a utilizar para seguir prestando y endeudándose… con mejores márgenes y menos supervisión.

Entre los bancos más activos en este tipo de operaciones aparecen nombres de enorme peso:

  • Banco Santander – líder europeo en transferencias sintéticas de riesgo.


  • Barclays Bank – el gigante británico en segunda posición.

  • BNP Paribas – recientemente envuelto en escándalos por financiar conflictos como el genocidio de Sudán.

  • Deutsche Bank – habitual protagonista de rumores de quiebra, aunque siempre rescatado de una forma u otra.

  • Intesa San Paolo – una potencia italiana con decenas de miles de millones titulizados.

  • Y detrás, entidades como BBVA o CaixaBank, también presentes en este mercado.

La lista es larga, preocupante y muestra que la práctica no es incidental: forma parte del núcleo del negocio bancario actual.

Operaciones SRT: el nuevo nombre del riesgo sistémico

El concepto clave que conviene aprender y recordar es SRT (Synthetic Risk Transfer), o transferencia sintética de riesgo. Se trata de una operación mediante la cual un banco transfiere a inversores externos el riesgo de impago asociado a una cartera de préstamos sin transferir la propiedad legal de esos préstamos.

En muchos casos, esos inversores externos no son sofisticados fondos internacionales, sino clientes del propio banco: ahorradores con depósitos, fondos de inversión tradicionales o accionistas que desconocen que parte de su dinero está respaldando créditos de dudosa calidad. Ven cómo la rentabilidad sube, impulsada por relaciones bancarias con centros de poder, sin saber que esa rentabilidad se obtiene asumiendo un riesgo que nadie les ha explicado.

La diferencia con la crisis de 2008

En 2008, las carteras de crédito se empaquetaban y vendían casi completas; servían para obtener liquidez del banco central y, de paso, para liberar capital regulatorio. Hoy, las operaciones sintéticas no buscan liquidez, sino apretar aún más el acelerador del endeudamiento. No se complejizan los activos: se complejiza la ingeniería para liberar capital y seguir prestando.

Y ahí radica la nueva bomba: es más barato, más rápido, más flexible… y potencialmente más letal.

La advertencia del FMI: una bomba que nadie quiere desactivar

El Fondo Monetario Internacional ha advertido que existen más de 1,1 billones de dólares  1,1 Trillions dolar) en activos bancarios titulizados sintéticamente. Una cifra que crece sin parar y que representa, según muchos expertos, una bomba de relojería financiera.

Desactivarla sería casi imposible sin generar un agujero devastador en los balances de numerosos bancos globales. Y lo más inquietante: no hay incentivos reales para intentar desactivarla. Mientras la economía aguante, mientras los bancos sigan generando beneficios y mientras los reguladores miren hacia otro lado, la pelota seguirá creciendo.

El papel de las divisas digitales de bancos centrales (CBDCs)

Cuando la crisis finalmente estalle —porque muchos creen que es cuestión de tiempo—, es probable que la solución planteada por los gobiernos y bancos centrales sea la implantación acelerada de las divisas digitales de Banca Central (CBDCs). Podrían presentarlas como un remedio necesario para “controlar” la situación y evitar el colapso del sistema. El discurso ya se vislumbra: “Hay actores que han actuado mal, pero también los ahorradores han vivido por encima de sus posibilidades”.

Una narrativa que ya hemos escuchado en otras crisis y que volverá a repetirse.

Conclusión: no será que no se advirtió

La historia financiera está llena de episodios que “nadie podía prever”, según se afirma siempre después. Pero esta vez, como entonces, sí se puede prever. Se puede investigar. Se puede analizar. Y se puede advertir.

Estamos ante un sistema que acumula parches como quien intenta salvar una colchoneta de playa llena de agujeros. Tarde o temprano, la presión será insostenible y la estructura acabará hundiéndose.

Puede que aún quede tiempo, pero cada día que pasa, la bomba sintética sigue creciendo.

Y cuando estalle, será difícil argumentar que no había señales.


lunes, 13 de octubre de 2025

La gran estafa del Ingreso Mínimo Vital para los trabajadores

Se impone un ejercicio de brutalidad discursiva para encarar la realidad económica que sufren millones de españoles. El sistema que nos obliga a contribuir bajo la bandera de la "solidaridad" no solo se revela insostenible en sus proyecciones futuras, sino que ya hoy, en el presente inmediato, constituye una ofensa directa a la lógica y al esfuerzo del trabajador por cuenta propia. Concentremos la mirada en el ciudadano que, de manera metódica y durante toda una vida laboral, ha cumplido escrupulosamente con sus deberes: el autónomo. Esta persona ha estado ingresando puntualmente a las arcas de la Seguridad Social una cifra que, aunque fluctuante, se mantiene históricamente en el entorno de los 300 euros mensuales. Este esfuerzo, sostenido a lo largo de un período de 40, tiene una recompensa que debería ser analizada con frialdad y sin paliativos emocionales: una pensión futura que, a la edad de retiro (los 67años), apenas asciende a 800 euros.

Este panorama se torna insoportable cuando lo yuxtaponemos al diseño actual y a la aplicación del Ingreso Mínimo Vital (IMV), la prestación que supuestamente debe operar como red de seguridad para la vulnerabilidad extrema. El problema no es el concepto, sino el diseño perverso y desincentivador de su aplicación. La contradicción hiriente, la que verdaderamente destroza el pacto social y la moral contributiva, surge al comparar la situación del autónomo ejemplar con la de un ciudadano que accede a la prestación sin historial de cotización: se ha constatado que un individuo que llega al país, se empadrona y cumple 12 meses de residencia, puede acceder al IMV y percibir una cantidad superior a la pensión que le espera a quien ha estado financiando la maquinaria del sistema con 300 euros durante 40 años. No hay retórica que pueda maquillar esta anomalía. No estamos hablando de racismo o xenofobia, sino de un quiebre flagrante de la equidad: ¿cómo es posible que el esfuerzo continuado de cuatro décadas valga lo mismo, o menos, que un trámite administrativo de un año? Esta es la razón tangible y poderosa, muy lejos de las "idioteces" y etiquetas descalificadoras que lanzan a diario los medios, por la que la derecha no cesa de ganar tracción en las encuestas a lo largo y ancho del continente europeo.

La actual configuración de las políticas sociales adolece de múltiples problemas estructurales, siendo el más hiriente la anulación de la distancia económica entre el contribuyente y el perceptor no contributivo. Simplemente, no es concebible en un sistema que aspire a la justicia que el IMV otorgue una renta superior a la pensión mínima obtenida por el régimen de autónomos. Esto se convierte en un argumento demoledor si consideramos el vasto número de autónomos que constituyen la base de nuestra economía y que, mayoritariamente, cotizan por lo mínimo, evidenciando una debilidad sistémica que pone en tela de juicio la supuesta "generosidad" del modelo. Además de esta injusticia contributiva, existe un problema de definición del público objetivo. Si España es, como se pregona, el país cuyo PIB "más crece" en la Unión Europea, que "crea más empleo que nunca" y donde los flujos migratorios se integran rápidamente en el mercado laboral, ¿quién debería ser el perceptor principal de una ayuda de emergencia como el IMV? La lógica indicaría un grupo muy reducido y específico: quizá las madres solteras sin una red de apoyo familiar que les permita conciliar la crianza con un empleo a tiempo completo, o personas que han sufrido quiebras vitales absolutamente fuera de la norma, como las adicciones o la exclusión social sobrevenida.

Sin embargo, al salirnos de estos nichos de extrema vulnerabilidad, el panorama se vuelve absurdo. No es un motivo de orgullo ni un logro social que, en un país en plena bonanza económica (según el relato oficial), se celebre con entusiasmo la cifra de casi 2,3 millones de personas cobrando el Ingreso Mínimo Vital. Esta "fiesta" gubernamental revela una disfunción profunda. O bien los datos macroeconómicos sobre el crecimiento y la creación de empleo son un espejismo fraudulento, o bien la arquitectura del IMV está deliberadamente mal diseñada. Esta última opción nos lleva al debate central y eterno en la filosofía política: el problema de los incentivos. Desde una postura puramente liberal se diría, sin tapujos, que "el que fracase, que asuma las consecuencias", siguiendo la lógica despiadada, pero la alternativa tampoco puede ser un sistema que desincentive activamente el trabajo y el esfuerzo, un sistema que le diga al ciudadano que 40 años de cotización valen lo mismo que un papel firmado en un ayuntamiento. El sistema debe ofrecer un colchón humano sin anular la necesidad intrínseca y moral del trabajo; de lo contrario, estamos condenados a una implosión social donde el esfuerzo contributivo ya no tiene valor.

El Peligro del Efecto Llamada: Un Debate que se Silencia Intencionadamente

La injusticia contributiva no es el único factor de colapso en este sistema, pues existe un debate complementario, tanto o más espinoso, que la clase política y mediática evita abordar con valentía: la existencia de un potencial efecto llamada provocado por el Ingreso Mínimo Vital. La prestación, por su propia naturaleza y por la generosidad relativa de su cuantía en comparación con las rentas de subsistencia en otras geografías, no puede ser analizada con una dimensión planetaria. Se trata de un IMV español en un país que, de forma constante y notoria, es receptor de intensas olas migratorias. Resulta, por lo tanto, una pregunta de simple sentido común determinar si un salario vitalicio potencial, que arranca en una base de 840 euros, no ejerce un poder de atracción indudable. A cualquiera que le ofrezcan la posibilidad de establecerse en España, empadronarse con relativa facilidad en cualquier municipio en un plazo de 12 meses y acceder a un ingreso garantizado de esa magnitud, una cantidad que supera con creces el sueldo medio o la expectativa vital de gran parte del mundo, resultará tentador. Pues resulta más que razonable asumir que este potente incentivo económico puede y debe generar un flujo migratorio con un componente asistencialista, agravando la presión sobre unas arcas públicas ya tensionadas por la pensión miserable del autónomo.

La Conclusión Inverosímil: ¿Quién es Realmente el Pobre en España?

Al aceptar sin crítica la premisa que el Ministerio intenta imponer –que el Ingreso Mínimo Vital es una prestación mayoritariamente destinada a "españoles" en el sentido tradicional del término, es decir, no a aquellos que adquirieron la nacionalidad ayer–, llegamos a una conclusión que es, en su esencia, una fantasía sociológica y un insulto a la inteligencia colectiva. Si el 82,3% de los perceptores fueran españoles de origen, deberíamos aceptar un escenario absolutamente inverosímil: que en la pirámide de renta de la sociedad española, los más pobres de los más pobres son, precisamente, los españoles. Estaríamos obligados a suponer que, por debajo de colectivos de inmigrantes que llegan con escasos recursos o en pateras, como el millón de marroquíes que reside en el país, o los ciudadanos de otras geografías que acceden a España en las condiciones precarias que todos conocemos, se encuentran los españoles de toda la vida.

¿Acaso alguien puede creer honestamente que en las grandes comunidades autónomas, como el País Vasco o Cataluña, el ciudadano autóctono es sistemáticamente más pobre, tiene menos renta y está en mayor situación de miseria que los inmigrantes que han llegado en la última década? ¿Alguien se traga que el segmento de población con menor capacidad económica en España está compuesto por un millón de españoles que han caído por debajo de aquellos que arriban sin capital ni red social previa? Asumir la pureza de los datos oficiales sobre la nacionalidad y el IMV no solo es ingenuo, sino que fuerza a una conclusión delirante: que el sistema está diseñado para rescatar a una población "española" supuestamente más empobrecida que las olas migratorias recientes. Esto no es creíble. Es la señal definitiva de que el sistema de subsidios está mal enfocado, mal fiscalizado y se utiliza para maquillar una realidad mucho más compleja sobre quién se beneficia realmente de la generosidad –o, más bien, de la laxitud– de las arcas públicas. La estafa al contribuyente, al autónomo que ha cotizado 40 años por 800 euros, se consuma en esta negación de la realidad.