Desde hace años, dentro del sector financiero existe un secreto a voces que pocos se atreven a mencionar públicamente. Una dinámica preocupante que avanza silenciosa, pero firme, hacia un potencial estallido que podría ser incluso más devastador que la crisis subprime de 2008. Muchos profesionales del sector lo saben, lo comentan en privado, pero prefieren guardar silencio. Y es que, como entonces, se están repitiendo errores que ya demostraron tener consecuencias catastróficas.
La diferencia fundamental es que esta vez no se están empaquetando hipotecas, sino créditos empresariales, muchos de ellos de calidad cuestionable. El riesgo que antes quedaba dentro de los balances bancarios se está trasladando ahora a fondos, aseguradoras, planes de pensiones y otros actores de la llamada banca en la sombra. Y lo más inquietante es que, para muchos inversores que adquieren estos activos, el riesgo real es completamente desconocido.
La nueva era del riesgo: el crédito corporativo empaquetado
Lo que se está generando se parece demasiado a lo que ocurrió antes del colapso financiero de 2008. Los bancos conceden préstamos sin analizar rigurosamente la solvencia de las empresas receptoras, sabiendo que luego podrán “empaquetar” y vender esos riesgos a terceros. La narrativa oficial es que todo esto sirve para “diversificar”, pero esa palabra se ha convertido en un eufemismo que oculta una realidad mucho más oscura.
La banca en la sombra —hedge funds, fondos de crédito privado, aseguradoras y gestoras de activos— ha entrado de lleno en esta dinámica. Compran deuda empresarial empaquetada, titulizada, fragmentada… y todo ello a intereses muy bajos, impulsados por el respaldo explícito o implícito de los bancos centrales de cada región. El resultado es una cadena de exposición al riesgo que se extiende por todo el sistema financiero global.
El canario en la mina: señales que ya están apareciendo
Algunos analistas consideran que ciertos episodios recientes son indicadores tempranos de un problema mayor. Entre ellos destacan empresas como First Brands, dedicada a componentes de automoción, cuya quiebra ha salpicado a numerosos fondos y entidades relacionadas con este tipo de créditos empaquetados. Para quienes conocen los entresijos del sector, estas quiebras son señales inequívocas de que algo no va bien.
Y mientras los medios se centran en los problemas de la banca mediana estadounidense —resueltos con apaños temporales y la intervención salvadora de gigantes como JP Morgan— el riesgo más profundo está creciendo en silencio en estas operaciones estructuradas.
Europa, epicentro de las operaciones sintéticas
Solo en el último año, la banca europea ha utilizado estas herramientas para empaquetar más de 460.000 millones de euros en créditos y transferir el riesgo a inversores institucionales. La estrategia es sencilla: sacar del balance las primeras pérdidas potenciales para reducir el capital exigido por los reguladores. Así, el banco “libera” recursos que puede volver a utilizar para seguir prestando y endeudándose… con mejores márgenes y menos supervisión.
Entre los bancos más activos en este tipo de operaciones aparecen nombres de enorme peso:
Banco Santander – líder europeo en transferencias sintéticas de riesgo.
Barclays Bank – el gigante británico en segunda posición.
BNP Paribas – recientemente envuelto en escándalos por financiar conflictos como el genocidio de Sudán.
Deutsche Bank – habitual protagonista de rumores de quiebra, aunque siempre rescatado de una forma u otra.
Intesa San Paolo – una potencia italiana con decenas de miles de millones titulizados.
Y detrás, entidades como BBVA o CaixaBank, también presentes en este mercado.
La lista es larga, preocupante y muestra que la práctica no es incidental: forma parte del núcleo del negocio bancario actual.
Operaciones SRT: el nuevo nombre del riesgo sistémico
El concepto clave que conviene aprender y recordar es SRT (Synthetic Risk Transfer), o transferencia sintética de riesgo. Se trata de una operación mediante la cual un banco transfiere a inversores externos el riesgo de impago asociado a una cartera de préstamos sin transferir la propiedad legal de esos préstamos.
En muchos casos, esos inversores externos no son sofisticados fondos internacionales, sino clientes del propio banco: ahorradores con depósitos, fondos de inversión tradicionales o accionistas que desconocen que parte de su dinero está respaldando créditos de dudosa calidad. Ven cómo la rentabilidad sube, impulsada por relaciones bancarias con centros de poder, sin saber que esa rentabilidad se obtiene asumiendo un riesgo que nadie les ha explicado.
La diferencia con la crisis de 2008
En 2008, las carteras de crédito se empaquetaban y vendían casi completas; servían para obtener liquidez del banco central y, de paso, para liberar capital regulatorio. Hoy, las operaciones sintéticas no buscan liquidez, sino apretar aún más el acelerador del endeudamiento. No se complejizan los activos: se complejiza la ingeniería para liberar capital y seguir prestando.
Y ahí radica la nueva bomba: es más barato, más rápido, más flexible… y potencialmente más letal.
La advertencia del FMI: una bomba que nadie quiere desactivar
El Fondo Monetario Internacional ha advertido que existen más de 1,1 billones de dólares 1,1 Trillions dolar) en activos bancarios titulizados sintéticamente. Una cifra que crece sin parar y que representa, según muchos expertos, una bomba de relojería financiera.
Desactivarla sería casi imposible sin generar un agujero devastador en los balances de numerosos bancos globales. Y lo más inquietante: no hay incentivos reales para intentar desactivarla. Mientras la economía aguante, mientras los bancos sigan generando beneficios y mientras los reguladores miren hacia otro lado, la pelota seguirá creciendo.
El papel de las divisas digitales de bancos centrales (CBDCs)
Cuando la crisis finalmente estalle —porque muchos creen que es cuestión de tiempo—, es probable que la solución planteada por los gobiernos y bancos centrales sea la implantación acelerada de las divisas digitales de Banca Central (CBDCs). Podrían presentarlas como un remedio necesario para “controlar” la situación y evitar el colapso del sistema. El discurso ya se vislumbra: “Hay actores que han actuado mal, pero también los ahorradores han vivido por encima de sus posibilidades”.
Una narrativa que ya hemos escuchado en otras crisis y que volverá a repetirse.
Conclusión: no será que no se advirtió
La historia financiera está llena de episodios que “nadie podía prever”, según se afirma siempre después. Pero esta vez, como entonces, sí se puede prever. Se puede investigar. Se puede analizar. Y se puede advertir.
Estamos ante un sistema que acumula parches como quien intenta salvar una colchoneta de playa llena de agujeros. Tarde o temprano, la presión será insostenible y la estructura acabará hundiéndose.
Puede que aún quede tiempo, pero cada día que pasa, la bomba sintética sigue creciendo.
Y cuando estalle, será difícil argumentar que no había señales.




